Apocalipsis Capítulo 1



La Revelación del Cristo Glorificado (1:1-20)

El libro del Apocalipsis cierra el canon de las Sagradas Escrituras y culmina la revelación escrita dada por Dios a los hombres. El mensaje del Apocalipsis confirma la certeza del cumplimiento de todas las promesas de Dios. Por eso este libro es la revelación de Jesucristo. Nuestro Señor es revelado en el resplandor de su gloria como el ejecutor de los pactos y las promesas de Dios. Él es el Soberano, el Jehová del Antiguo Testamento, el Rey de reyes y el Señor de señores. Esa es la visión majestuosa que el apóstol Juan, autor humano del Apocalipsis, tuvo en el primer capítulo de su libro.

Comentario

1:1

«La revelación de Jesucristo» es la frase con la que abre el Apocalipsis. No hay artículo determinado en el texto griego, de modo que la frase dice: «revelación de Jesucristo». El sustantivo «revelación» (apokalypsis), es singular y por lo tanto, habla de unidad. Dicho vocablo sugiere la idea de «desvelar», «descorrer las cortinas», «poner a la vista», «quitar la cubierta». De modo que el mensaje que se comunica no es una alegoría ni una espiritualización de la realidad, puesto que esto sólo conseguiría esconder y no revelar el contenido de dicho mensaje. El autor humano realiza la función de profeta y utiliza lenguaje profético dentro de la historia profética para dar a conocer de manera literal la voluntad de Dios. Aquí se trata de la revelación «de Jesucristo». Esta no es una revelación «tocante a Jesucristo», sino una revelación «originada por Jesucristo». Jesucristo es el sujeto de la revelación. Es Él quien da a conocer el contenido del Apocalipsis, puesto que es el gran Revelador, tanto de los planes y propósitos de Dios, como del mismo Dios (Jn. 1:18). El Apocalipsis es, por lo tanto, la revelación dada por Jesucristo tocante a su segunda venida en gloria y de los acontecimientos que precederán y seguirán a dicho suceso.

«Que Dios le dio». La referencia es, sin duda, a Dios el Padre. Jesucristo ha dado a conocer a los hombres cómo es Dios (He. 1:1), pero Juan se refiere aquí concretamente al contenido del Apocalipsis. Dios el Padre es, en última instancia, el responsable de la revelación que Jesucristo ha de entregar al ángel para que éste, a su vez, la entregue al apóstol Juan. El Padre es el gran Revelador y el Hijo es el agente directo que da a conocer esa revelación (véase Mt. 11:25).

«Para manifestar a sus siervos». Esta frase sugiere el propósito de la revelación. El verbo «manifestar», significa «mostrar», «exhibir». Es el mismo vocablo usado en Juan 14:8-9, donde uno de los discípulos dijo al Señor: « ... muéstranos el Padre, y nos basta». Jesucristo es responsable de hacer visible lo que ha permanecido oculto en Dios. En primer lugar, el Señor revela su Persona gloriosa tal como ha de aparecer cuando regrese a la tierra la segunda vez. Luego pone de manifiesto los acontecimientos relacionados con su venida.

El mensaje del Apocalipsis va dirigido a «los siervos» de Dios. Los siervos o «esclavos» de Dios son personas sujetas a su Palabra y ocupadas en los intereses del Soberano. Con la excepción de los capítulos 2 y 3, al parecer el resto del Apocalipsis está dirigido a los creyentes identificados como «sus siervos», probablemente porque están dispuestos a obedecer el contenido del mensaje del libro.

«Las cosas que deben suceder pronto». Esta frase es de suma importancia para el estudio del Apocalipsis. El libro tiene que ver con acontecimientos que necesariamente tendrán lugar. El vocablo traducido «deben» (dei) es un verbo impersonal que señala una necesidad que yace en la naturaleza del caso y que destaca una obligación moral. Las profecías reveladas en el Apocalipsis necesariamente han de cumplirse de manera cabal y literal. El cumplimiento seguro de «estas cosas» no tiene que ver con las exigencias de un destino ciego, sino con «el seguro cumplimiento del propósito de Dios revelado por los profetas».

Los acontecimientos profetizados en el Apocalipsis han de suceder «pronto» (táchei). Este adverbio procede de la misma raíz que el sustantivo tacómetro, el instrumento para medir la velocidad. El vocablo «pronto» no significa que los acontecimientos mencionados ocurrirán en tiempos de Juan o poco después, sino que cuando dichos sucesos tengan lugar acontecerán con una celeridad sorprendente. De manera que la expresión «pronto» no tiene que ver con la fecha de lo que ha de ocurrir, sino con la velocidad de ejecución de los acontecimientos cuando estos comiencen a suceder. Algunos entienden que el término «pronto» apunta a la inminencia de los acontecimientos predichos en el Apocalipsis. Dicha opinión se fundamenta en la creencia de que una de las enseñanzas principales del Apocalipsis se relaciona con la cercanía del cumplimiento de sus profecías.

Quizá el caso del juez injusto y la viuda (Lc. 18:1-8) ofrece una buena ilustración del uso del adverbio «pronto». El juez injusto demoró le ejecución del juicio por un tiempo (18:4), pero llegó el día en que actuó un tanto presionado por las circunstancias (18:5). Pero Dios no actúa de esa manera. Él obra en justicia, responde al clamor de sus escogidos, realiza su juicio «pronto» (rápida ejecución), y actúa en conformidad con su plan eterno. Los juicios futuros de Dios guardan relación directa con la segunda venida de Cristo a la tierra (Lc. 18:8).

«Y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan». El verbo «declaró» (eséimanen) es el aoristo indicativo, voz activa de seimaíno, que significa «mostrar algo mediante el uso de alguna señal». En el evangelio según Juan, los milagros de Jesús se denominan «señales» (seimeion). Si bien es cierto que el Señor utiliza símbolos para comunicar el mensaje del Apocalipsis al apóstol Juan, no por esto el libro debe interpretarse de manera simbólica y no literal. El Apocalipsis debe interpretarse siguiendo una hermenéutica normal, gramatical, histórica, ambiental, tomando en cuenta el uso del lenguaje figurado, pero dando a cada figura el significado generalmente aceptado dentro de la cultura y el ambiente literario del libro. Las «señales» usadas en el Apocalipsis no sólo se circunscriben al ámbito de símbolos, sino que también hay expresiones y acontecimientos que tienen la finalidad no sólo de declarar sino, además, de aclarar el contenido de lo que se desea comunicar. El propósito divino de que el lector comprenda el mensaje del Apocalipsis sólo se consigue mediante el empleo del método de interpretación conocido como histórico-gramatical-cultural-normal-contextual. La utilización de cualquier otro método impediría que se consiguiera entender de manera adecuada el propósito y el mensaje del libro.

«Por medio de su ángel». El ministerio de los ángeles es sobresaliente en el libro del Apocalipsis. Debe recordarse que los ángeles también tuvieron un ministerio muy activo en el Antiguo Testamento, en los evangelios y en el libro de Hechos. El escritor de la Epístola a los Hebreos dice de los ángeles: «¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?» (He. 1:14). Los ángeles realizan una labor importante en los juicios providenciales descritos en el Apocalipsis, particularmente con relación a la nación de Israel.

«A su siervo Juan». El vocablo «siervo» (doulos) significa «alguien que voluntariamente se somete a la autoridad de otro». Dicha expresión aparece antes en este versículo y probablemente se refiere a los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento. El «siervo» sugiere alguien que está moral y espiritualmente calificado para ser el primer receptor humano de esta profecía.

1:2

«Que ha dado testimonio de la palabra de Dios». El apóstol Juan, como fiel profeta de Dios (véase Dt. 18:20-22), da testimonio leal de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo. Debe observarse que en el texto griego no hay conjunción («y») en la última frase del versículo 1. La frase dice en realidad: «Todas las cosas que vio». Dicha expresión abarca las dos cosas concretas mencionadas en el pasaje, es decir: (1) La palabra de Dios; y (2) el testimonio de Jesucristo. Todo lo que le fue revelado a Juan tocante a esos dos temas, el apóstol lo escribió fielmente bajo la dirección del Espíritu Santo.

1:3

«Bienaventurado»
(makários). Es el mismo vocablo que aparece repetidas veces en el Sermón del Monte (Mt. 5), y que se usa aquí para expresar una promesa de bendición. Dicho término aparece otras seis veces en el Apocalipsis (véase Ap 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7, 14). La bendición o bienaventuranza es doble: (1) «el que lee», se refiere a la lectura pública, en voz alta; y (2) «los que oyen», se refiere al auditorio o congregación que escucha la lectura. Pero el leer y el oír no son suficientes. La prueba radica en guardar todas «las cosas en ella escritas». El texto sugiere la existencia de un solo grupo que oye y guarda el mensaje que escucha.

«Las palabras de esta profecía» se refiere a la palabra canónica escrita por el hombre de Dios, autorizado para escribir bajo la dirección del Espíritu Santo. Nótese que Juan designa la naturaleza de lo que escribe como profecía. Además, debe recordarse que la literatura apocalíptica no es sólo profética, sino también escatológica, es decir, su temática principal concierne a las cosas que han de ocurrir en los postreros tiempos.

«Las cosas en ella escritas». Esta frase destaca la autoridad permanente de la palabra de Dios. «Las cosas escritas» (ta gegramména) es el participio pasivo, tiempo perfecto del verbo gráfo, que significa «escribir». El tiempo perfecto sugiere la permanencia y la autoridad del documento. «La palabra de Dios que vive y permanece para siempre» (1 P. 1:23).

«Porque el tiempo está cerca». El término «porque» (gar) es explicativo e introduce la razón de la bienaventuranza. «El tiempo» (ho kairós) se refiere a una medida definida y concreta de tiempo. Tiene que ver con un período de tiempo con sus características peculiares (como primavera o verano). La referencia aquí es, sin duda, al hecho de que el tiempo del fin está cerca. El día en que Dios intervendrá judicialmente en los asuntos del hombre para poner fin a la historia tal como la conocemos ahora y establecer su reino glorioso de paz y justicia.

1:4

El «Juan» que se dirige «a las siete iglesias que están en Asia» no pudo ser otro que el apóstol Juan, el hijo de Zebedeo y hermano de Jacobo. El apóstol Juan era sobradamente conocido entre las iglesias del Asia Menor y en especial en Éfeso, puesto que allí ministró la Palabra por varios años. La historia de los primeros siglos de la Iglesia atestigua a favor del ministerio amplio de Juan en el Asia Menor.

«Gracia y paz a vosotros». Juan utiliza el saludo acostumbrado por los cristianos de su tiempo. Ese saludo fue usado por Pablo en casi todas sus cartas y por Pedro en sus dos epístolas. Probablemente se corresponde con el hesed y el shalom («gracia y paz») de los hebreos. Esos dos vocablos expresan el deseo del autor de que sus lectores reciban la abundancia del favor de Dios. «Gracia» es el favor de Dios derramado sobre los pecadores que merecen exactamente lo contrario. «Paz» es el resultado de la nueva relación del pecador que ha sido reconciliado con Dios mediante la fe en Jesucristo (Ro. 5:1).

La gracia y la paz deseadas por el apóstol Juan a sus lectores tienen una procedencia (apó, «de») trinitaria [1]. Los apóstoles creían en la triunidad de Dios, es decir, en un solo Dios que existe en tres personas. Jesucristo dijo: «Yo y el Padre uno somos» (Jn. 10:30). El texto griego apoya la traducción: «Yo y el Padre una cosa somos». La referencia, sin duda, es al hecho de que el Padre y el Hijo son de la misma sustancia o esencia.

El saludo de Juan, en primer lugar, procede del Padre (1:4b), descrito como el «que es y que era y que ha de venir». La descripción se corresponde con lo que el Antiguo Testamento enseña tocante a Jehová, es decir, el autoexistente, inmutable Dios guardador del pacto (Éx. 3:14; 6:3). Debe observarse la expresión «y que ha de venir» (kaí ho erchómenos). El autor usa el participio presente, voz media de érchomai, que literalmente significa «y el que viene» o «y el que está viniendo». El uso del presente con idea de futuro da a la frase mucha fuerza. Es como si se dijera: «Aquel que está en camino puede llegar en cualquier momento».

En segundo lugar, el saludo también procede del Espíritu Santo. La expresión «y de los siete espíritus que están delante de su trono» no parece referirse a seres angelicales, como proponen algunos comentaristas. Los ángeles no son dispensadores de «gracia y paz». Además, parecería extraño que Juan colocara una bendición procedente de siete ángeles entre el Padre y el Hijo. Lo más normal es que la expresión «los siete espíritus» sea una referencia al Espíritu Santo en la perfección de sus diversas actividades (Is. 11:2), en su capacidad de llenar plenamente las necesidades de las siete iglesias. Pero más probable aún es el hecho de que Juan use la imagen literaria de Zacarías 4:1-10. El profeta Zacarías (4:2-10), al igual que el apóstol Juan, presenta un cuadro estupendo de la actividad del Espíritu Santo en el mundo. «Las siete lámparas» de Zacarías 4:2, al igual que «los siete espíritus» de Apocalipsis 1:4, representan al Espíritu Santo en su plenitud, obrando en el mundo en anticipación de una intervención soberana de Dios.

«Que están delante de su trono». Parece ser que el Espíritu Santo ocupa una posición administrativa en una capacidad judicial. En el Apocalipsis, el Espíritu Santo se revela como el Espíritu de juicio.

1:5

Por último, el saludo apostólico procede también del Señor Jesucristo. Obsérvese que Juan sitúa la referencia al Señor Jesucristo en último lugar. La igualdad esencial de las personas de la Trinidad permite que el orden de referencia se cambie sin incurrir en ningún error teológico. El orden se cambia para permitir dar cierto énfasis a la Segunda Persona de la Trinidad que, de otra manera, tendría que ser interrumpido. La persona de Cristo recibe una triple exaltación (1:5a):

l. Como profeta: Él es «el testigo fiel». Esta frase contempla el ministerio de Cristo cuando estuvo en la tierra (véanse Jn. 7:7; 18:37; 1 Ti. 6: 13). Este aspecto de la persona de Cristo constituye una garantía indirecta de la veracidad de esta revelación que procede de Él.

2. Como sacerdote: Él es «el primogénito de los muertos». El ministerio sumo-sacerdotal de Cristo comienza con su resurrección y exaltación a la diestra del Padre. El vocablo «primogénito» (protótokos) sugiere la idea de prioridad en cuando a rango. Cristo es «el primogénito de los muertos» en el sentido de que es el «jefe», «cabeza» o «autoridad máxima» en lo que concierne a la resurrección de los muertos. Nadie resucita de los muertos si Cristo no da la orden (véase Jn. 6:35-40, 44). Como el Salvador resucitado que tiene vida en sí mismo, Cristo es preeminente en su ministerio presente en el cielo.

3. Como Rey-Mesías: Él es «el soberano de los reyes de la tierra». La expresión «el soberano» (ho árchon) significa «el gobernador», «el regidor». En su segunda venida, Cristo de manera literal será «el regidor de los reyes de la tierra» (véanse Sal. 2:8-12; 89:27; Ap. 11:15; 19:11-16). Es evidente que en el presente Cristo no opera como «el soberano de los reyes de la tierra». Esa es una función que aguarda su Segunda Venida con poder y gloria a la tierra. Cuando el Mesías Jesucristo venga por segunda vez cumplirá la promesa hecha por Dios al rey David: « ... Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente ... » (2 S. 7:16; véanse también Lc. 1:30-33; Sal. 89:4).

La obra de Cristo es igualmente reconocida (1:5b, 6):

l. La obra presente: «Al que nos amó». Una mejor lectura del texto griego dice: «al que nos ama». El amor de Cristo por los suyos es una realidad presente y continua, como lo indica el uso del participio presente. Ese amor es un amor presente, y con una fuerza tan poderosa en este momento como cuando entregó a Jesús a los horrores que lo desbordaron en la cruz.

2. La obra pasada: «Nos lavó de nuestros pecados con su sangre». El texto griego sugiere la lectura «nos soltó o nos libró de nuestros pecados por su sangre». Esta frase contempla el acontecimiento de la cruz. La sangre derramada por Cristo en la cruz, su sacrificio expiatorio y sustituto, fue el instrumento divino que ha obtenido la liberación del pecador que ha puesto su fe en Cristo (véanse Ro. 3:24-26; Is. 53:5).

1:6

La obra de Cristo ha producido un resultado permanente en beneficio de los redimidos y Juan la resume con la frase: «Y nos hizo reyes y sacerdotes para o, Dios, su Padre» (l:6a). Literalmente en el texto griego dice: «Y nos hizo un reino, sacerdotes para Dios, su Padre». Esta cláusula presenta dos ideas. La primera tiene que ver con lo que Cristo ha hecho por sus redimidos colectivamente («un reino»). La segunda presenta lo que ha hecho por los creyentes individualmente («sacerdotes para Dios, su Padre»).

Los redimidos de Cristo, como un grupo completo, constituyen una esfera donde la autoridad moral y espiritual de Dios prevalece. En ese sentido constituyen «un reino» (véase Col. 1:13). Además, los redimidos de Cristo, como individuos, funcionan como sacerdotes que ministran delante de Dios continuamente (véanse Ap. 3:10; 20:6; 1 P. 2:5, 9). Los creyentes son, por lo tanto, un reino de súbditos con acceso sacerdotal directo ante Dios.

El versículo 6 concluye con la doxología dirigida a Cristo: «a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén». La expresión «a él» (autó) es enfática, pues aparece al comienzo de la frase. Además, está en el caso dativo, que concuerda con la frase que inicia la doxología: «Al que nos ama». De manera que es a Jesucristo a quien el apóstol Juan hace objeto de «gloria e imperio» o mejor, «gloria y fortaleza».

La expresión «por los siglos de los siglos» conjuga una idea muy singular. El vocablo «tiempo» (oión) es pluralizado y traducido «siglos» (aiónas) y luego se le añade la forma plural del mismo vocablo. De esa manera podría traducirse: «por las edades de las edades», «por las edades sin fin» o «por los siglos de los siglos». Dicha frase «expresa la duración sin límites de la merecida gloria y fortaleza que son atribuidas a Jesucristo». La doxología concluye con un rotundo «amén», que significa «así sea», «que permanezca así». El término «amén» denota aprobación de algo positivo que se ha expresado. El apóstol Juan sella con un enfático «amén» la realidad de todo lo que ha dicho respecto a la persona y la obra del Señor Jesucristo.

1:7

Juan alaba al Señor también por su obra futura con relación a su segunda venida. La Segunda Venida de Cristo a la tierra ocupa un lugar central en la revelación bíblica. Ese acontecimiento pondrá de manifiesto la absoluta soberanía de Dios sobre la tierra. En Apocalipsis 1:7 se establece el tema central del libro. El contenido de este libro, en su totalidad, gira alrededor del hecho singular de la segunda venida en gloria de Cristo a la tierra.

El apóstol Juan combina dos declaraciones proféticas que aparecen en el Antiguo Testamento. La primera se encuentra en Daniel 7:13, donde el profeta «miraba ... y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre». La segunda aparece en Zacarías 12:10, donde el vidente contempla una visión de la intervención futura de Dios en la nación de Israel: «Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito».

«He aquí que viene con las nubes». De esta manera sencilla pero enfática, Juan anuncia el acontecimiento de la segunda venida de Cristo. La expresión «he aquí» (idoú) es una partícula demostrativa que funciona como instrumento para llamar la atención al lector o al oyente respecto a lo que se va a decir (véase Ap. 9:12; 11:14; 16:15; 22:7).

«Que viene» (érchetai), mejor «él viene». Este verbo es el presente indicativo, voz media de érchomai. Aunque está en presente, tiene función de futuro o presente profético.

La frase «con las nubes», como ya se ha indicado, es tomada del Antiguo Testamento, donde dicho fenómeno se asocia de forma común con la presencia de Dios (véanse Éx. 13:21; 16:10; Dn. 7:13; también Mt. 17:5 y Hch. 1:9). Pudiera ser que las mencionadas nubes no sean las comunes que aparecen en el firmamento cada día, sino más bien nubes sobrenaturales asociadas con la inmediata presencia de Dios como la que aparece en Éxodo 13:21,22.

De cualquier manera, la venida de Cristo se anuncia en los evangelios y en el Apocalipsis como cumplimiento de la profecía veterotestamentaria y en consonancia con la promesa hecha por el mismo Señor Jesucristo (véanse Mt. 24:30; 26:64; Mr. 13:26; 14:62; Lc. 21:27). La venida en gloria de Cristo, según Mateo 24:29, tendrá lugar «inmediatamente después de la tribulación de aquellos días». Dicho acontecimiento será precedido por un período de juicio que afectará a toda la humanidad (véase Mt. 24:1-28). La verdad fundamental del texto es insoslayable: Él «viene con las nubes», es decir, con majestad y gloria. Él viene de un modo diferente de como vino la primera vez.

La segunda afirmación que Juan hace en 1:7 es: «Y todo ojo le verá». Esta frase, es tomada de Zacarías 12:10-12, en cuyo entorno se describe el arrepentimiento futuro de la nación de Israel, y tanto Jerusalén como la nación serán restauradas y elevadas a un lugar de honor.

Cuando el Señor vino la primera vez, lo vieron unos pocos seres humanos. En su segunda venida, por el contrario, «todo ojo le verá». Eso significa que el acontecimiento del regreso en gloria de Jesucristo será un suceso de alcance universal. Es necesario, sin embargo, aclarar el significado de «todo ojo». ¿A quiénes concretamente se refiere? La respuesta a dicha pregunta se encuentra en el hecho de que la cláusula «y los que le traspasaron» es explicativa. Esta expresión aclara el significado de la frase anterior. Lo que Juan intenta decir pudiera expresarse del modo siguiente: «Todo ojo le verá, es decir, aquellos que le traspasaron».

Juan se refiere a una clase de personas dentro del círculo total de la raza humana. Dentro de esa clase hay judíos y gentiles. Ciertamente, las mismas personas que crucificaron al Señor no estarán vivas en la tierra para contemplar su segunda venida, pero la clase y raza de personas que ejecutaron aquel terrible acto sí lo estarán y sus ojos contemplarán la venida del Rey de reyes.

«Y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él». Mejor sería: «Y todas las tribus de la tierra lamentarán sobre él». Esta cláusula pudiera referirse a la nación de Israel que en los postreros días se convertirá a Dios y reconocerá a Jesús como su Mesías. De ser así, la expresión «tribus» se referiría a las tribus de Israel, «la tierra» sería la tierra prometida a Abraham, el lamento sería el llanto de arrepentimiento del remanente que ha sido salvo y la frase «sobre él» es una referencia al Mesías que es reconocido y recibido como tal por el remanente.

Sin embargo, igual validez parece tener la interpretación de que Juan contempla a las naciones de la tierra en su totalidad. El hecho de que Cristo viene a la tierra por segunda vez a establecer su soberanía sobre toda la humanidad y que regirá las naciones con vara de hierro (Ap. 19:15) parece indicar que la referencia tiene que ver con la humanidad en general y no sólo con la nación de Israel (véase Ap. 14:6-7; 15:4). El lamento mencionado en 1:7, por lo tanto, tendría que ver con la desesperación y la ansiedad que inundarán el corazón de quienes, por haber rechazado a Cristo sufrirán una pérdida irreparable (véase Is. 2:19).

Ambas interpretaciones, la que ve en 1:7 una referencia a la manifestación futura del Mesías a la nación de Israel y la que entiende que es una referencia a la segunda venida de Cristo con respecto a la humanidad en general, tienen apoyo bíblico. No obstante, el peso de la evidencia en el entorno del mismo libro del Apocalipsis parece favorecer la segunda posibilidad.

«Sí, amén». El vocablo griego nai («sí»), se usa para indicar asentimiento o ratificación de algo con lo que se está plenamente de acuerdo. «Amén» es un término que tiene un origen hebreo y que significa «así sea» o «lo apruebo en mi corazón». De modo que la combinación de ambos vocablos otorga un énfasis especial a la declaración del versículo 7.

1:8

El versículo 8 constituye el testimonio solemne y el sello inalterable de lo que se ha expresado antes.

«Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor». Algunos entienden que el sujeto en el versículo 8 es Dios Padre. Esperáremos hasta llegar al comentario de los versículos 10 y 11 para ver con mayor claridad si  la referencia es a la persona del Señor Jesucristo o a la del Padre.

Alfa es la primera letra del alfabeto griego y omega es la última. Un comentarista afirma lo siguiente:

El libro [Apocalipsis] dirigido a lectores griegos, usa la primera y la última letra del alfabeto griego, pero sin duda hay una referencia al uso judío de alef, tau. Los símbolos alef, tau incluyen las letras intermedias y representan la totalidad del alfabeto; y muy correctamente representaban la Shekinah ... La frase se considera no sólo como una expresión de eternidad, sino también de infinitud, la vida sin límite que lo abarca todo y al mismo tiempo, lo trasciende todo.

Tanto el Padre como el Hijo pueden decir: «Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin». Ambos son coiguales, consubstanciales y coeternos. Ambos poseen los mismos atributos y la misma gloria. No obstante, la expresión «yo soy» (egó eimí) la usó el Señor Jesucristo en el Evangelio según San Juan para referirse a sí mismo (véase Jn. 6:35; 8:12; 10:9, 11; 11:25; 14:6; 15:1).

«Dice el Señor». La lectura en el texto griego es: «Dice el Señor Dios». Esta expresión destaca la soberanía de Dios tal como lo atestigua la frase que sigue: «El que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.» «El que es y que era y que ha de venir» es el Señor Dios, el soberano, aquel que se autodenomina el «Todopoderoso» (pantokrátór), es decir, «el que tiene en sus manos todas las cosas». En Apocalipsis 1:8 se resume la enseñanza y el gran tema del libro: ¿cómo se propone Dios establecer su autoridad sobre la tierra?

La autoridad divina se establecerá dentro del tiempo, la historia y en medio de los hombres cuando el Señor Jesucristo venga con poder y gloria para tomar su reino mesiánico e implantar su paz y su justicia en este mundo. Él lo hará porque es el Señor Dios, el eterno, el soberano, el Todopoderoso. Nadie podrá resistir su poder ni su autoridad, y su reino será por los siglos de los siglos.

Resumen

Los ocho primeros versículos del Apocalipsis presentan el tema central de todo lo que sigue. El Apocalipsis es la revelación de la persona gloriosa de Jesucristo. El libro es una profecía revelada en lenguaje apocalíptico de carácter escatológico. El contenido debe leerse en voz alta para que los creyentes lo escuchen, ser explicado para que lo entiendan y ser obedecido para que reciban las bendiciones prometidas por Dios.

Las tres personas de la Trinidad están implicadas en todo lo que acontece a través del Apocalipsis, pero hay un énfasis notable en la persona del Señor Jesucristo, porque el libro concierne a su revelación en gloria.

Este párrafo concluye con una afirmación contundente de la realidad de la segunda venida de Cristo, y declara que será un acontecimiento: (1) Literal; (2) visible; (3) universal; (4) judicial; y (5) glorioso. Por último, hay un solemne reconocimiento de la eternidad, la soberanía, la autoexistencia y la autosuficiencia de Cristo. Los atributos reconocidos en Cristo son los mismos que posee Dios Padre. Por lo tanto, Jesucristo es reconocido como el Dios Todopoderoso. Él tiene en sus manos todas las cosas, sostiene y controla su creación como Dios soberano de ella.

La Visión del Cristo Glorificado: Omnipotente y Juez Universal (1:9-20)

En los versículos 1 al 8 del capítulo primero, Juan ha escrito tocante a la naturaleza del Apocalipsis. Este libro tiene que ver con la revelación de la persona de Cristo. Su contenido es profético y más aún, escatológico. El apóstol da fiel testimonio de todo lo que Dios le revela. Seguidamente, saluda a sus lectores y les desea gracia y paz en nombre de la Trinidad. Al final, Juan se concentra en la persona de Cristo. Después de todo, Él es el tema central del libro.

En la segunda parte del capítulo, Juan recibe la visión del Cristo glorificado. El apóstol explica cuándo, dónde y cómo recibió la revelación (1:9-11). Luego describe las características del Cristo glorificado (1:12-16) y por último, con la ayuda del mismo Señor, Juan escribe el significado de la visión que ha tenido (1:17-20). Obsérvese que, como es característico en la literatura apocalíptica, el escritor humano no tiene que especular con la interpretación de la visión. No necesita ni espiritualizar ni alegorizar el significado de lo que ha visto. Hay un intérprete celestial, en este caso el mismo Señor, que le declara qué significan los símbolos que ha visto. El estudiante del Apocalipsis no debe olvidar que aunque el mensaje del libro se comunica mediante el uso de símbolos y visiones, el Apocalipsis no es un libro simbólico, ni su contenido se debe espiritualizar. Como se ha expresado en la introducción, el Apocalipsis debe interpretarse por medio del uso de una hermenéutica normal, histórico-gramatical, cultural y ambiental. Además, es importante tomar en cuenta el uso de las figuras de dicción y dar a dichas figuras el significado normal, generalmente reconocido y aceptado por la cultura que las usa.

1:9

«Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo». El autor presenta a los lectores sus «cartas credenciales». Es evidente que los lectores sabían con toda certeza quién les escribía. «Hermano, y copartícipe» (adelphós kai synkoinonós) son dos sustantivos que expresan tanto intimidad como humildad. Dichos vocablos expresan que él estaba unido por lazos de vida espiritual y relación familiar. Por lo tanto, era copartícipe (participante en común) con ellos en su tiempo de tribulación.

Juan da el testimonio de un testigo responsable, cuyas palabras transmiten el peso de la autoridad. Al mismo tiempo, se identifica plenamente con sus lectores «en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo». En el texto griego hay un solo artículo determinado, lo que une los tres sustantivos estrechamente. De forma literal dice: «En la tribulación, reino y paciencia por Jesús». «Tribulación» (thlípsei), «reino» (basileía) y «paciencia» (hypomone) están íntimamente ligados y forman la esfera de comunión entre Juan y sus lectores.

La «tribulación» aludida aquí se refiere a los sufrimientos que el cristiano experimenta en el mundo (véase Jn. 16:33). El hijo de Dios vive en un mundo que es hostil tanto al evangelio como a su ética, y tiene que enfrentarse a todo tipo de oposición en anticipación a su entrada final en el reino del Mesías (véanse Hch. 14:22; Ro. 8:17).

Pero la referencia aquí también es a la tribulación escatológica que precederá a la venida en gloria del Mesías (véase Mt. 24:29). La tribulación de los días postreros será un anticipo del juicio de Dios tanto para la nación de Israel por haber rechazado al Mesías como para el mundo incrédulo que rechaza el evangelio de la gracia de Dios. El creyente, por su parte, aunque ha sido librado de la ira venidera (1 Ts. 5:9) no ha sido librado de la tribulación como las palabras de Juan claramente lo demuestran. La tribulación futura no será, como creen algunos, solamente la intensificación de lo que la iglesia ha sufrido a través de toda su historia. Cristo mismo afirmó que la tribulación de los postreros días será algo sin parangón en la historia de la humanidad (véase Mt. 24:21), y los creyentes no estamos exentos de ella.

«El reino» (basileía) tiene que ver con el reino del Mesías. Ese reino vendrá en su plenitud cuando Cristo venga por segunda vez. Los reinos del mundo serán suyos (Ap. 11:15) y Él reinará por los siglos de los siglos (véanse Dn. 2:44; 7:14; Ap. 5:10; 20:1-10). El reino, por lo tanto, se refiere al período venidero de bendiciones mesiánicas. Todo creyente anticipa entrar en ese reino y disfrutar de sus bendiciones. Los apóstoles estaban conscientes de que durante la era presente los cristianos experimentarían pruebas y tribulaciones producto del rechazo del evangelio por parte de los incrédulos. Pero al mismo tiempo, estaban persuadidos de que les aguardaba una amplia y generosa entrada en el reino glorioso del Mesías (véanse Ap. 1:11; Hch. 14:22; 2 Ti. 2:12a; Ro. 8:18).

El tercer sustantivo que usa Juan es «paciencia» (hypomone), que significa «resistencia o aguante bajo el peso de la prueba». Es una cualidad constantemente conectada con la vida cristiana. El término «paciencia» connota la esperanza de fe que resulta en resistencia y fortaleza. El orden de los tres [tribulación, reino y paciencia] es instructivo. Puesto que el presente es un tiempo de tribulación y el reino un período futuro de bendición, los creyentes deben entretanto ejercer esa clase de resistencia paciente que fue ejemplificada por Jesús.

La expresión «de Jesucristo» (en Iesou) debe leerse, literalmente «en Jesús» o «por medio de Jesús». El Señor Jesús es tanto la esfera como el instrumento que hace posible la coparticipación de Juan con sus lectores. El creyente está «en Cristo», porque el Espíritu Santo le ha colocado allí y Cristo es quien hace posible la comunión entre los creyentes.

«Estaba en la isla llamada Patmos». La tribulación era real en la experiencia de Juan. El apóstol había sido exiliado a la isla de Patmos por orden del emperador Domiciano por el año 95 d.C. Patmos es una pequeña isla rocosa de unos 14 km. de largo por cerca de 3,5 km. de ancho y 24 km. de circunferencia, situada justo al sur de la costa de la actual Turquía. En aquellas circunstancias, al parecer negativas, Juan estuvo en íntima comunión con Dios y desde allí escribió el libro con el que culmina la revelación divina. Desde allí Juan podía pensar y reflexionar en la condición de las siete iglesias a las que el libro se dirigió originalmente.

Debido a su situación geográfica y a su topografía, el gobierno romano utilizaba la isla de Patmos como un sitio ideal para desterrar a los criminales y obligarlos a trabajar en las minas que allí había. Tal vez por esa razón Juan expresa el motivo de su destierro. El apóstol no estaba en Patmos por ser un malhechor, sino «por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo». La expresión «por causa de» es la traducción de la preposición griega dia, que se usa con un sustantivo en el caso acusativo para expresar causa. Es decir, Juan no había ido allí a predicar la palabra de Dios y a dar testimonio de Jesucristo, sino porque estaba predicando y dando testimonio de su fe en Asia Menor y en especial en Éfeso.

1:10,11

«Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor»
. Hay quienes opinan que esta frase se refiere al hecho de que Juan recibió la visión del Apocalipsis durante el primer día de la semana, es decir, el domingo. La frase literalmente dice: «Yo vine a estar en el espíritu en el día del Señor». Sin duda, Juan experimentó un éxtasis similar al de Pedro en Hechos 10:10. La expresión «en el Espíritu» es difícil de interpretar, puesto que el texto apoya tanto la posibilidad de que se refiera al Espíritu Santo como al espíritu humano de Juan. El entorno del texto en esta situación particular favorece que la referencia sea al espíritu de Juan. Es decir, el apóstol experimentó un éxtasis similar al de Pedro en Hechos 10 o al de Pablo en 2 Corintios 12, durante el cual Dios puso a Juan en una situación en la que contempló los cuadros proféticos que luego describe en el Apocalipsis.

La frase «en el día del Señor» se usa en el sentido veterotestamentario de dicha expresión (véanse Am. 5:18; Jl. 2:1, 2; 2:11, 31; 3:14; Is. 2:12; 13:6, 9; Zac. 14:1). La misma fórmula se usa en el Nuevo Testamento con relación a acontecimientos escatológicos (véanse Hch. 2:20; 1 Ts. 5:2; 2 Ts. 2:2; 2 P. 3:10). [2] La expresión «día del Señor» no se usó para referirse al domingo, sino hasta después que el Nuevo Testamento se escribió. La manera normal de designar el domingo en el Nuevo Testamento es «el primer día de la semana» (véanse Jn. 20:1, 19; Hch. 20:7; 1 Co. 16:2). Debe observarse, además, que la expresión «del Señor» es la traducción del vocablo kyriake, un adjetivo que significa «imperial» o día marcado por la soberanía real de Cristo. [3]

En resumen, el versículo 10 enseña que cuando Juan estaba en Patmos, Dios le hizo experimentar un éxtasis. Él transportó espiritualmente al apóstol y lo puso en una situación donde contempló las escenas de lo que ha de ocurrir durante el periodo de tiempo que en el Antiguo Testamento se llama «el día de Jehová» y en el Nuevo, «el día del Señor».

«Y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta». La primera experiencia de Juan después de ser colocado «en el día del Señor» fue oír una gran voz que el apóstol compara con el sonido de una trompeta. El sonido de la trompeta habla de solemnidad. «La gran voz» es para convocar a quienes la oyen. El tema de la convocatoria es de suma importancia, puesto que se trata nada menos que de «el día del Señor» (véase Jl. 2:1, 15; 3:16), el día de la gran intervención de Dios en la historia de la humanidad.

Quien habla con «gran voz» se identifica como «el Alfa y la Omega, el primero y el último». A la luz de Apocalipsis 4:1, tal persona no puede ser el Señor Jesucristo, porque allí (en Ap. 4:1) el Señor ha acabado de hablar dando su mensaje a las 7 iglesias de Asia Menor (Ap. 2, 3), y, sin embargo, el texto dice: 
«y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas»«La primera voz que oí» es ésta (en Ap. 1:10, 11). Por lo tanto, no puede ser la voz del Señor Jesucristo, puesto que se hace una diferencia entre quien ha estado hablando (Ap. 2, 3) y quien habla ahora (Ap. 1:10, 11). La voz es la del Padre, quien manda a Juan a escribir la visión «en un libro», o sea, en un rollo. La orden es urgente, como lo indica la forma verbal (aoristo imperativo). El mandato del Padre es estricto. Juan debía escribir sólo lo que le era revelado y además, debía enviar lo escrito a siete iglesias o congregaciones concretas localizadas en el Asia Menor. Las siete congregaciones eran, evidentemente, representativas de las asambleas cristianas de la región en aquel tiempo (puesto que también había iglesias en Hierápolis, Colosas y Tralles) y representativas de las asambleas cristianas en todos los tiempos y en todo el mundo hasta el fin de la era. Es decir,  las siete congregaciones de Asia Menor son representativas de la cristiandad contemporánea también.

En los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis cada una de las siete iglesias se describe y a cada una de ellas el Señor dirige una carta en particular. De modo que el Señor envía un mensaje individual a cada asamblea además del mensaje total del contenido del Apocalipsis.

Los versículos 12 al 20 contienen una descripción con siete aspectos del Cristo glorificado. En el Apocalipsis, Cristo es contemplado como el Juez real. En primer lugar, se le contempla en su juicio de la iglesia (1:12- 3:22). Puesto que las siete iglesias se componen de quienes profesan ser cristianos, muchos de los cuales no sólo son inconversos sino también apóstatas herejes, este juicio incluye el dictamen divino de la cristiandad malvada que culminará en el tiempo de la tribulación. Desde el capítulo 4 en adelante, el Apocalipsis presenta la tribulación del pueblo de Dios, el juicio de Israel y el de los gentiles durante los últimos tres años y medio de la era (42 meses, 1.260 días).

1:12

En este versículo, Juan usa la figura literaria llamada metonimia de efecto. De forma concreta emplea «la acción o el efecto por la persona que produce el efecto o por el autor de la misma». Juan dice: «Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo». El sustantivo «la voz» se usa en lugar del pronombre «al» (a + el) o «aquel». En vez de ver a una persona, Juan vio «siete candeleros de oro». En el tabernáculo del Antiguo Testamento había un candelero de oro de siete brazos (véanse Éx. 25:31-37; 37:17-24; He. 9:2). En el templo edificado por Salomón había «Cinco candeleros de oro purísimo a la mano derecha, y otros cinco a la izquierda, frente al lugar santísimo» (R. 7:49). En su visión, el apóstol vio siete candeleros individuales que según 1:20 simbolizan las siete iglesias mencionadas en 1:11. La función principal de un candelero es alumbrar. En el Antiguo Testamento, Israel tenía la responsabilidad de ser luz a las naciones paganas, pero fracasó en su cometido y en lugar de luz produjo tinieblas.

La Iglesia, como cuerpo de Cristo, y las asambleas locales como las mencionadas en Apocalipsis 1:11, tienen la responsabilidad y la misión de ser luces en el mundo. El Señor Jesucristo dijo a sus discípulos: «Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt. 5:14-16). De modo que los siete candeleros representan a las siete iglesias y al mismo tiempo, simbolizan la misión encomendada a dichas iglesias de ser luz y testimonio para la gloria de Dios en el mundo.

1:13

«Y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre». El verbo de esta oración hay que tomarlo del versículo 12. Juan dice: « ... vi siete candeleros de oro, y [vi] en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre». El uso del adjetivo «semejante» (hómoion) muestra que la descripción no se limita a la humanidad de Cristo, sino que incluye su exaltación posterior a su resurrección, su gloria y su deidad. Sin duda, el apóstol Juan recordaba las palabras de Daniel 7:13, donde el profeta Daniel declara: «Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre ... » (véase también Mr. 13:26). El personaje que Daniel vio es el mismo contemplado por Juan. En el texto griego no hay artículo determinado delante de la expresión «Hijo del Hombre». La ausencia del artículo manifiesta que el énfasis es cualitativo. Lo que el apóstol ha de describir es el carácter y los atributos de Cristo, no su cuerpo físico. El perfil que Juan hace de Cristo es más bien ético, espiritual y moral; algo sumamente importante pues no hay ningún cuadro de Cristo en los evangelios. Cristo tiene todo derecho a juzgar porque Él es el Hijo del Hombre, el representante perfecto de sus semejantes (véanse He. 2:5-9; Jn. 5:25-27).

«Vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro». El Señor está vestido con un traje de gala que alcanza hasta sus pies. No está ceñido por la cintura para el servicio, sino más bien está vestido con el traje de sacerdote y de juez... es el aspecto del sacerdote, no en servicios sacerdotales, sino en carácter judicial. El vestido que alcanza hasta los pies del Señor habla de su dignidad real y de su carácter como sacerdote y juez.

1:14

«Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve». La descripción de la cabeza y los cabellos del Señor se corresponde con las palabras de Daniel 7:9. Los calificativos «como blanca lana» y «como nieve» sugieren la deslumbrante pureza de la eterna sabiduría de nuestro Dios.

«Sus ojos como llama de fuego». La idea de esta frase se relaciona con el carácter escudriñador y penetrante de su santidad, redarguyendo y consumiendo a sus enemigos (véanse Dn. 10:6; Ap. 2:18; Sal.11:4; también Ap. 19:12).

1:15

«Y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno». El apóstol describe los pies del Señor como de bronce fino y brillante que ha sido calentado en un horno. El vocablo «refulgente» transmite la idea de que el bronce arde y resplandece como si aún estuviera en un crisol. El blanco y refulgente color del bronce sugiere que nunca muere y que su juicio consumidor es irresistible. Esos pies de juicio aplastarán a los malvados y los convertirán en ceniza cuando venga por segunda vez con poder y gloria (Mal. 4:3).

«Y su voz como estruendo de muchas aguas». El símil usado para describir la voz del Señor sugiere autoridad. Habla de una majestuosidad desbordante que va más allá del poder de control del hombre. El término «estruendo» habla del rugiente sonido de un furioso juicio (véanse Sal. 93:3, 4; Ez. 43:2; Am. 1:2).

1:16

«Tenía en su diestra siete estrenas». El verbo «tenía» es en realidad el gerundio, voz activa de écho, y debe traducirse «teniendo». La idea de dicho gerundio es, en primer lugar, que Cristo ejerce autoridad absoluta y constante al igual que completo control sobre las siete estrellas. Al mismo tiempo, el Señor mantiene un tierno cuidado y una protección constante sobre los suyos. La frase preposicional «en su diestra» sugiere, por lo tanto, preservación, posesión y control. La mano derecha es el lugar de autoridad real y privilegio (véanse Sal. 110:1; Ef. 1:20; He. 1:3, 13). Las «Siete estrellas», según 1:20, son individuos sobre quienes el Señor ha delegado autoridad y sobre quienes Cristo ejerce control.

«De su boca salía una espada aguda de dos filos». El vocablo «espada» (rhomfalía) se refiere a la espada larga diseñada en Tracia y que era casi del tamaño de un hombre de estatura normal. Los «dos filos» hablan de su eficacia judicial contra el enemigo. La figura muestra la capacidad del Señor de ejecutar a sus enemigos sencillamente con la palabra de su boca (véanse Mt. 25:41; Lc. 12:46; Jn. 12:48; Ap. 19:15). La lección principal resultante de esta parte de la descripción se centra en la autoridad judicial de Cristo. Combina la fuerza de un guerrero que derrota a sus enemigos en batalla y el pronunciamiento de su veredicto de juicio sobre ellos.

«Y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza». El rostro del Señor aparece ante Juan en su gloria divina, en toda su refulgencia. La primera vez que vino, cuando nació en Belén, Los hombres lo vieron «Sin atractivo para que le deseemos» (Is. 53:2). El rostro de su gloria estaba velado por su humillación. Ahora aparece «como el sol cuando resplandece en su fuerza», sin velo, sin eclipse, en su gloria celestial (véanse Mt. 17:2; 2 Co. 4:4; Hch. 26:13).

En resumen, hay un contraste muy destacado entre el Cristo que aparece en los evangelios y el que aparece en el Apocalipsis. El Cristo de los evangelios se manifiesta en ternura y amor, el varón de dolores que es humillado y blasfemado, su gloria está velada y muere por el pecado del hombre. En el Apocalipsis, por el contrario, aparece en poder y juicio, Él es el Anciano de días, se revela como el sol cuando brilla con toda su fuerza y aparece como el Guerrero divino, el Vencedor, el Deslumbrante, el Rey de reyes y Señor de señores.

1:17, 18

«Cuando le vi, caí como muerto a sus pies». Igual que el profeta Daniel cuando tuvo la visión del Señor (Dn. 10), Juan también cayó al suelo como muerto a los pies del Cristo glorificado. El apóstol demuestra un verdadero aprecio hacia la gloria y la santidad del Señor. Nadie puede comparecer delante del Señor en su propia fuerza. Tanto la actitud de Daniel en el Antiguo Testamento como la de Juan en el Nuevo deben alertar al creyente contra las pretensiones fraudulentas de quienes hoy día afirman haber visto al Señor.

«Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas». Esta frase expresa la compasión del Señor hacia su siervo Juan. Cristo disipa el temor del corazón de quien pone su confianza en Él. El verbo precedido de la negativa «no temas» significa literalmente, «deja de temer». Lo que sugiere que la actitud de Juan era de un autojuicio. Su corazón se llenó de temor al ver al Cristo glorificado, hasta el punto que pensaba que moriría de inmediato.

«Yo soy el primero y el último». Esa misma frase se usa en el Antiguo Testamento tocante a Jehová (véase Is. 41:4; 44:6; 48:12). El temor de Juan desaparece cuando el Todopoderoso Dios eterno (primero y último) se manifiesta a él como el Salvador misericordioso, o sea, «el que vivo, y estuve muerto», quien en su esencia es el eterno, el que vive para siempre. Obsérvese la expresión «Y estuve muerto» (kai egenómen nekrós), que literalmente significa «y vine a estar muerto». La muerte del Señor es una realidad histórica. Él murió en un momento concreto de la historia, pero resucitó de entre los muertos y ahora es el que vive «por los siglos de los siglos», es decir, eternamente.

«Y tengo las llaves de la muerte y del Hades». La muerte y resurrección de Cristo han hecho inoperante el poder de Satanás. Con su muerte y resurrección, Cristo derrotó al pecado, a la muerte y al mismo Satanás (véase He. 2:14, 15). «Las llaves» habla de autoridad. Cristo, por lo tanto, tiene autoridad sobre la muerte y sobre la vida. Nadie puede morir sin permiso divino, aunque se encuentre afligido por Satanás, en pruebas y dificultades. Porque tiene autoridad sobre el Hades, Cristo es soberano sobre la vida venidera.

1:19

«Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas». La versión Reina-Valera 1960 omite la conjunción oún, que significa «entonces» o «por lo tanto». Dicha conjunción es importante, pues sirve de enlace entre la revelación que Juan ha recibido del Cristo glorificado y la orden que el Señor le da para que escriba el mensaje del Apocalipsis. Recuérdese que Juan ha sido fortalecido por el Señor después de haber caído al suelo «como muerto» a causa de la visión del Cristo glorioso. De modo que es mejor la traducción completa del texto: «Por lo tanto, escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas».

Este versículo divide el libro del Apocalipsis en tres partes:

l. «Las cosas que has visto» se refiere a la visión del Cristo glorificado, contemplado y descrito por Juan en el capítulo uno. Aunque la visión se expresa en tiempo pasado en lo que concierne a la experiencia de Juan, no debe considerarse como cumplida en lo que respecta a la profecía de este libro. Al contrario, la visión de Cristo como Juez es fundamental y preparatoria en el desarrollo del Apocalipsis. Representa la obra de Cristo en las dos divisiones restantes del libro, donde Él juzga la cristiandad infiel y después a los judíos y a los gentiles en la tribulación.

2. «Las [cosas] que son» o que tienen su existencia ahora, es decir, la edad presente de la Iglesia constituye la segunda división del libro. Esta segunda parte abarca los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis.

3. «las [cosas] que han de ser después de estas» es la tercera y última división del Apocalipsis. Estas serán las cosas que han de suceder después de la era presente de la Iglesia. Concretamente, esa tercera división tiene que ver con el cumplimiento de 
«el día del Señor», que comienza con los juicios de la gran tribulación o los últimos tres años y medio de la era. La tercera división comprende los capítulos 4 al 22 del Apocalipsis.

1:20

Muchas de las figuras y símbolos del Apocalipsis son interpretados por el Señor mismo o por algún mensajero celestial designado para hacerlo. En este texto aparece la interpretación inspirada de los elementos simbólicos mencionados en el capítulo primero.

«El misterio» (ho mystérion) no significa algo misterioso, sino que se refiere a algo escondido del conocimiento humano hasta que es revelado en la Biblia.

«Las siete estrellas que has visto en mi diestra» son identificadas como los «ángeles de las siete iglesias». Según el texto griego, las estrellas no están «en» la diestra del Señor, sino «sobre» (epí) la misma. De modo que el énfasis no está en la seguridad, sino en la relación. El vocablo «ángeles» significa «mensajeros» y contiene dos ideas: (1) Representar a otro y (2) ejecutar autoridad delegada por otro. Probablemente por eso se usa la figura de «estrellas», puesto que como tales: (1) brillan por Dios y (2) han sido designados para ministrar en una esfera de servicio concreto. Los mensajeros o «ángeles», en el contexto general del Nuevo Testamento, podrían ser personas designadas por la iglesia local para recibir comunicaciones, aunque no se especifique con exactitud la identidad o el oficio de dichas personas. Pero en el estricto contexto del Apocalipsis, más parecen ser ángeles literales que velan por las iglesias.

«Los siete candeleros». El texto griego resalta esta frase y la expresa así: «Los candeleros son siete». Los candeleros son luminares o portadores de luz (véase Fil. 2:15). El candelero no produce ni genera luz, sino que la transporta. Las iglesias o asambleas locales deben ser portadoras de la luz del evangelio de la gracia de Dios. Cristo es la luz (Jn. 8:12) que debe alumbrar a través de las iglesias del Señor.

Resumen y Conclusión

El primer capítulo del Apocalipsis descorre las cortinas de la revelación divina para descubrir ante los ojos del lector la persona gloriosa del Señor Jesucristo. Él ha hecho visible al mismo Dios. Jesucristo es visto, en primer lugar, con relación a las otras dos personas de la Trinidad. Luego hay una doxología que exalta tanto a la persona como a la obra de Jesucristo y afirma de manera contundente la realidad de su segunda venida. Él es el Soberano del universo, el Todopoderoso, Aquel que tiene control absoluto de todas las cosas.

Juan es transportado en espíritu y colocado en una situación donde pudo contemplar los acontecimientos que tendrán lugar en la época conocida como «el día de Jehová» o «día del Señor». El Todopoderoso se manifiesta delante de Juan lleno de majestad y gloria. Se identifica como «uno semejante al Hijo del Hombre» una referencia, sin duda, al personaje celestial de Daniel 7:13. Juan describe al Cristo glorificado de la cabeza a los pies. La visión es tan majestuosa e imponente que el apóstol queda deslumbrado y cae al suelo como muerto, hasta que es confortado y restaurado por el Señor. El capítulo uno del Apocalipsis destaca la gloria de Cristo, su majestad y su soberanía. Hay un contraste muy marcado entre el Cristo de los evangelios y el que aparece en el Apocalipsis 1. Los evangelios presentan al Cristo que vino para servir, no para ser servido (Mr. 10:45). El capítulo uno del Apocalipsis presenta al Cristo digno de toda adoración, el Juez escatológico del universo delante de quien toda rodilla se doblará.
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Notas

[1] El cristianismo es una fe trinitaria. Sin la Trinidad no puede haber cristianismo. El cristiano cree en un solo Dios, vivo y verdadero. El es uno porque sólo hay una esencia o sustancia divina. Sin embargo, esa realidad eterna, esa sustancia o esencia divina existe por toda la eternidad en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Estas tres personas son co-iguales (poseen los mismos atributos y participan de la misma gloria), co-sustanciales (participan de la misma sustancia) y co-eternos (coexisten de eternidad a eternidad). El cristiano verdadero es monoteísta (cree en un solo Dios), pero es trinitario porque cree en un Dios que existe en tres personas. Debe observarse la repetición de la preposición «de» (apó). Es decir, que la fuente de procedencia de la gracia y la paz es tanto el Padre como el Hijo y el Espíritu Santo. Ese hecho apoya, sin duda, la igualdad de las personas de la Trinidad.

[2] El «día del Señor» o «día de Jehová» escatológico es un período de tiempo que incluye los siguientes acontecimientos: (1) Los juicios de la gran tribulación; (2) la segunda venida en gloria de Cristo; (3) el establecimiento del reino glorioso del Mesías; y (4) la creación de los nuevos cielos y nueva tierra.

[3] Es importante observar en 1 Corintios 4:3, donde la Reina-Valera 1960 traduce la frase anthropines hemeras como «tribunal humano». Dicha frase significa literalmente «día del hombre» y contrasta con «el día del Señor». El hombre tiene su día ahora, ya que Dios permite que el hombre actúe por su cuenta ahora. Cuando «el día del Señor» comience, Dios intervendrá soberanamente en los asuntos de este mundo y tomará control absoluto de todas las cosas.

Apéndice: El Día del Señor en la profecía

La mayoría de las visiones de Juan están relacionadas con una época que los profetas de Dios mencionan como “el día del Señor”, también conocido como “el día de nuestro Señor Jesucristo”, y aquí en el Apocalipsis como “el día del Señor” (Ap. 1:10; comparar con Is. 13:6; Jl. 2:31; Sof. 1:14; Hch. 2:20; 1 Co. 1:8; 2 Ts. 2:2).

El apóstol Pablo habló claramente acerca de este tiempo profetizado: “Vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán” (1 Ts. 5:2-3).

Algunas personas creen que cuando Juan utilizó en Apocalipsis 1:10 la frase “el día del Señor”, se estaba refiriendo al domingo. Pero el contexto nos muestra claramente que no se estaba refiriendo a ningún día de la semana, sino al tiempo profético del Día del Señor, el cual se menciona directa o indirectamente en más de 50 pasajes de las Escrituras.

“La revelación de Juan ocurrió estando él en el espíritu, en el día del Señor. Algunos han dicho que el ‘día del Señor’ se refiere al primer día de la semana. Sin embargo, la expresión ‘del Señor’ es la traducción de un adjetivo y nunca se utiliza en la Biblia para referirse al primer día de la semana. Es probable que Juan se estaba refiriendo al período llamado el Día del Señor, una expresión muy conocida en ambos testamentos... Él tuvo una visión... no fue transportado en su cuerpo sino en su mente hacia el futuro Día del Señor, cuando Dios va a derramar sus juicios sobre la tierra” (John Walvoord y Roy Zuck, The Bible Knowledge Commentary [“Comentario del conocimiento bíblico”], 1983, 1985).

La suposición errónea de que Juan se estaba refiriendo al primer día de la semana, el día domingo, no tiene ninguna base. Juan no se estaba refiriendo a ningún día de la semana sino al momento profético que es el tema principal del Apocalipsis. Juan nos dice específicamente que lo que él escribió era profecía (Ap. 1:3; 22:7, 10, 18-19). Sin embargo, utiliza la expresión “en el Espíritu” —refiriéndose a las visiones inspiradas por Dios— para indicar que él fue transportado en espíritu al venidero Día del Señor.

El Día del Señor se describe en numerosos pasajes bíblicos como la época en que Dios va a intervenir directamente en los asuntos humanos. Es un tiempo de juicio a sus adversarios, aquellos que rechazan su corrección y se niegan a obedecer sus mandamientos. Jesús reprendió duramente a las ciudades de Galilea que no quisieron escuchar su mensaje, aunque habían visto varios milagros: “Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras” (Mt. 11:22).

Isaías resumió de una manera concisa el significado del Día del Señor: “Aullad, porque cerca está el día del Señor; vendrá como asolamiento del Todopoderoso” (Is. 13:6).

¿Qué o quiénes serán asolados? “He aquí el día del Señor viene, terrible, y de indignación y ardor de ira, para convertir la tierra en soledad, y raer de ella a sus pecadores” (v. 9). Como explicó Jeremías: “Ese día será para el Señor Dios de los ejércitos día de retribución, para vengarse de sus enemigos. . .” (Jer. 46:10).

Leamos lo que escribió el profeta Sofonías acerca de la época de la intervención de Dios: “Cercano está el día grande del Señor, cercano y muy próximo; es amarga la voz del día del Señor; gritará allí el valiente. Día de ira aquel día, día de angustia y de aprieto, día de alboroto y de asolamiento, día de tiniebla y de oscuridad, día de nublado y de entenebrecimiento, día de trompeta y de algazara sobre las ciudades fortificadas, y sobre las altas torres. Y atribularé a los hombres, y andarán como ciegos, porque pecaron contra el Señor; y la sangre de ellos será derramada como polvo, y su carne como estiércol” (Sof. 1:14-17).

Tenemos también la descripción que el apóstol Juan hace de algunos acontecimientos que ocurrirán cuando se abra el sexto sello del libro. La gente se estremecerá y clamará: “El gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” (Ap. 6:12-17). Poco antes de esto, los siervos mártires de Dios son representados clamando simbólicamente desde sus tumbas: “¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?” (v. 10). Más adelante en este libro de profecía, un ángel es enviado con este mensaje: “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado. . .” (Ap. 14:6-7).

Casi al final de este libro, Juan nos da más detalles acerca de la segunda venida de Cristo: “Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea” (Ap. 19:11).

Muchos años antes de que Juan escribiera el Apocalipsis, el profeta Zacarías también describió el regreso de Cristo: “Viene el día del Señor . . . yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén . . . La mitad de la ciudad irá al cautiverio, pero el resto del pueblo no será sacado de la ciudad. Después saldrá el Eterno y peleará contra aquellas naciones, como peleó en el día de la batalla. En aquel día se afirmarán sus pies sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén, al oriente. El monte de los Olivos se partirá por la mitad, de este a oeste, formando un valle muy grande; la mitad del monte se apartará hacia el norte, y la otra mitad hacia el sur” (Zac. 14:1-4, Reina-Valera 1995). Al final de esta batalla, “el Señor será rey sobre toda la tierra” (v. 9).

Cuando leemos estos pasajes el tema central del Apocalipsis queda muy claro. Nos describe, con símbolos muy vívidos, el juicio de Dios en los últimos días, el tiempo que culminará con el regreso del Señor Jesucristo. Él se encargará de destruir finalmente el sistema satánico que en el Apocalipsis se personifica en “Babilonia la grande” (Ap. 17:5).















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